Me saludó con un beso en la comisura de los labios y un abrazo un poco prolongado.
Al subir al ascensor me preguntó por Soledad, le dije que no se sentía bien y que se había quedado con todas las ganas de venir, así finalmente conocía a la chica de la cual tanto hablaba.
Murmuró un suave «que lástima» para luego agregar con cierto énfasis «bueno, eso significa que te tengo toda la noche para mí», mientras me tomaba de la mano. Yo no se la saqué.
En la puerta del departamento me soltó la mano. En el interior había mas o menos seis o siete personas reunidas alrededor de la mesa. En la cual ya habían dos botellas de vino vacías, una a medio tomar y otra de tequila sin abrir. Los limones ya estaban cortados y de la cocina salía otra persona con la sal. Al parecer, la ceremonia estaba a punto de empezar.
Saludé a todos en general. Éramos todos conocidos. No eran necesarias las formalidades.
Al transcurrir la noche la botella de tequila fue bajando y de a poco la gente se fue yendo. Al final solo quedábamos Paula y yo.
En un estado de semiebriedad nos tiramos en un sillón. En la radio estaban pasando November Rain. Nos quedamos dormidos, abrazados.
Desperté sobresaltado, pensado que sería de mañana. Afortunadamente solo había pasado una hora. La desperté y le pedí que me consiguiera un taxi.
Cuando llegó el taxi, ella se acercó hacia mí, y agarrándome desprevenido me dio un beso.
Abrí la puerta de mi departamento, y sin prender la luz me tiré sobre el futón. No quería pensar sobre lo que había pasado con Paula. No en este momento.
Me despertó Soledad a media mañana. Su cara no era para nada la cara de una mujer feliz.